viernes, 13 de noviembre de 2009


Mecido por las olas inmensas de aqui para alla y de alla para aca.....

Sintiéndome parte de algo más grande y más antiguo que yo, pero que a la vez soy yo mismo, o al menos una parte muy importante de mí.

Hay quien erróneamente piensa que no me gusta la playa, porque no la frecuento en verano. En realidad me repugnan los cuerpos untados en crema, la arena sucia, el calor pegajoso de la orilla, las bolsas de plástico flotando en el agua, los gritos, la gente apelotonada... Prefiero poder escuchar el sonido del mar, ver la playa vacía y sentirme parte de ella. Y, por desgracia, eso es imposible en verano (quitando la noche).
Además, mi concepción de "día de playa" es más de estar sumergido en el mar y a ratos quemarme con el sol. Y eso sin mencionar el hecho de que la exposición corporal ineludible en la playa no me gusta, y menos delante de un auditorio tan amplio como el que abarrota las playas del Golfo de Mexico en julio y agosto.


Por eso prefiero el invierno.
El silencio.
Las parejas que pasean.
Los pescadores vespertinos.
Los nadadores locos a quienes no les asusta el frío.
Los corredores de la orilla.
Los dueños de perros.
El mar solitario.

O esas noches de verano, frescas y maravillosas, en las que el tiempo parece dilatarse en la orilla de mar.

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